A la memoria de José Aricó San Pablo, mayo de 1992. No es fácil para un brasileño escribirte, incluso, como es mi caso, si él vivió muchos años fuera del Brasil, en Santiago, Montevideo, París - una ciudad más «latinoamericana» de lo que se piensa - o frecuentó más de una vez tus capitales: Buenos Aires, Lima, Caracas, San José, México, Panamá, Managua, La Habana. Pero los brasileños son así. Denominamos a nuestros vecinos continentales «latinoamericanos», como si no lo fuésemos también. Tus quinientos años no tienen aquí la misma repercusión que en otros países del continente, e incluso en Europa. Tal vez sea porque sólo fuimos «descubiertos» en 1500. O tal vez porque el portugués que hablamos sea poco entendido por la mayoría de tus hijos. O, quién sabe, porque, con nuestros ocho millones de kilómetros cuadrados, nos consideramos un continente aparte. Con eso apenas justificamos los simpáticos chistes que nuestros hermanos latinoamericanos hacen sobre la opinión que los brasileños tienen de su país o de sí mismos: «Os maiores do mundo...».